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Y allí estaba yo, sentado en aquel sofá de cuero marrón. La biblioteca del profesor Laumbert realmente me había impresionado.

«Debí de hacerle caso la primera vez que me contó la cantidad de volúmenes que tenía», pensaba mientras mi mirada se perdía entre los cientos de volúmenes que me rodeaban.

—Espérate aquí a que vuelva. No toques nada —me había dicho, sentándome en aquel sofá.

Mi paciencia tenía un límite, y como todo niño, no pude aguantar mucho tiempo sin levantarme. Había sido culpa de Laumbert, por supuesto, un niño no puede estar tanto tiempo quieto.

Mis manos viajaban por las estanterías, acariciando los lomos de cientos de libros distintos. Aquel que llamaba mi atención era elegido para salir de su sitio en dirección a mis brazos; lo sostenía en mi pecho, acariciaba sus portadas, leía su resumen, y luego volvía a dejarlos en su sitio.

«Guau, vaya cantidad de historias hay aquí».

Pero todo cambió. Una oscuridad invadió la biblioteca de Laumbert, dejando únicamente un volumen iluminado. Yo, extrañado, me acerqué a él. La curiosidad podía con el miedo que sentía ante aquella extraña situación.

Era negro. Cuando mis manos lo cogieron pude comprobar lo fino que era; a pesar de ello, pesaba más que una silla de roble. Casi se me cayó al suelo, y para evitarlo, tuve que hacer un gran esfuerzo en subirlo a la altura de mis brazos.

Lo abrí, aunque no debería haberlo hecho, aunque Laumbert me dijo que me quedara quieto en aquel sofá; a pesar de todo, yo lo abrí.

Al instante cientos de recuerdos acudieron a mi mente, llenándola por completo. Se desbordó. La ingente cantidad de historias que querían acceder a mi mente eran demasiadas para las que realmente yo podía almacenar. No sabría decir cuánto tiempo duró, pero pude pasar horas allí de pie, con el libro en las manos, vagando por los recuerdos de cientos de narradores que me mostraban aquello que habían vivido.

— ¡Insensato! ¿Se puede saber qué haces? —La voz de Laumbert sonó débil en mi mente. Yo me encontraba perdido entre los recuerdos que contenía el libro.

El profesor me quitó el libro de las manos, cortando de raíz la historia que vivía en aquel instante. A pesar de que el profesor me sacó de su influencia, mi mente todavía no había vuelto del todo a la realidad.

— ¿Qué era todo eso? —Pregunté. En mi interior se mezclaban la curiosidad y el miedo.

En aquel momento no pude, y todavía tardaría varios años más en digerir toda la información que mi mente consiguió retener del libro. Cómo iba a imaginarme yo que tendría la suerte de leer el Omnes Stories, aunque, a decir verdad, a aquella edad no habría sabido qué era.

—Esto, pequeño, es un secreto. Tienes que prometerme que jamás le hablarás de él a nadie.

—Lo prometo —respondí al instante.

Laumbert me miró con ternura. También sé, aunque en aquel momento no lo percibí, que su rostro contenía cierta culpa. Haber dejado a un niño tan pequeño sumergirse en el Omnes Stories era toda una temeridad.

—Está bien, te lo contaré —volvió a dejar el volumen en su sitio—. Tu mente acaba de experimentar el libro. Sé que eres demasiado pequeño para entenderlo, pero quiero que sepas qué te ha pasado. En el Omnes Stories se recogen cientos de historias distintas: leyendas, ficción, y otros recuerdos de personas reales. No sé exactamente la antigüedad que tiene, sólo conozco que mi orden lo creó hace mucho, mucho tiempo; y desde aquel día se ha conservado, llenándose de nuevas historias que introducían cada uno de sus poseedores.

»Jamás olvides lo que has vivido hoy, pues tengo la certeza de que te será de gran ayuda en tu futuro. Tal vez no recuerdes todo lo que ha pasado, pero con el paso del tiempo serás capaz de memorizar cada detalle de lo que ocurrió en este salón.

Maestro, no voy a olvidar tus palabras. Fue por un descuido, pero gracias a tu descuido me he convertido en el siguiente portador del Omnes Stories. Prometo que lo cuidaré tan bien como tú lo hiciste, y que lo llenaré de historias tan fabulosas como las que tú introdujiste en él. Con los conocimientos del libro, seré capaz de luchar contra el mal que acecha a la orden y quiere secuestrar las historias; y cuando venza, lo recogeré en una de las historias más grandes jamás contadas: La historia de mi vida, Shaelos, el último guardián de historias.

Las historias, esas vivencias que nos llenan la vida. Gracias a ellas todos hemos vivido situaciones inimaginables: hemos sido sherifs del viejo oeste, investigadores criminales, detectives famosos, vampiros, magos y elfos; hemos vivido situaciones alegres, cómicas, y otras más tristes y deprimentes, más dramáticas; nos hemos identificado con sus distintos personajes, aquellos que huían a toda pastilla de los zombis, y otros que vivían historias de amor dignas de ser contadas.

La lectura siempre nos ha llevado a otros universos, haciendo que nuestra imaginación volase para llenarnos el interior con multitud de sentimientos encontrados. Estamos rodeados por la ficción, la necesitamos en nuestra vida más de lo que pensamos.

Probablemente, nuestros ancestros inventaban historias sobre su día de caza, hechos inusuales con los que entretener a los habitantes que se quedaban en las cuevas. Y así han seguido las historias entre nosotros durante todo este tiempo. A día de hoy es difícil imaginar a una sociedad sin ficción, sin historias, sin esa posibilidad de sentirte como aquel personaje que tanto te gusta.

Larga vida a las historias.

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